English
14 de diciembre 2025
Leer capítulo uno
por Allen Zeesman
Es sencillo. Nunca pertenecí —a ningún lugar, a nada, ni a nadie. Tuve roles, y esos roles incluían relaciones. Pero eso no es pertenecer.
Nací en Montreal, hijo de un padre judío canadiense de segunda generación, cuyos padres habían emigrado desde la Zona de Asentamiento. Mi madre era católica franco-canadiense de familia antigua, cuyo padre había sido maderero en Dalhousie, New Brunswick. Ella se convirtió al judaísmo para poder casarse con mi papá. Mis papás trabajaron durísimo en esos primeros años, tratando de salir adelante. Yo, mientras tanto, fui criado por muchachas franco-canadienses de pueblitos de Quebec que mi madre encontraba por sus redes familiares. Nada encajaba del todo.
Vivíamos en un barrio judío donde todos los niños iban a la escuela pública que quedaba a la vuelta. Yo, en cambio, asistía a una escuela judía privada al otro lado de la ciudad, viajando en autobús todos los días. Ellos regresaban temprano sin tarea. Yo llegaba tarde con horas por hacer. Y además tenía que practicar piano. Solo.
Cuando entré a la secundaria ya era grande y fuerte; participaba en deportes, aunque nunca fui realmente bueno. Pero hice un amigo: un chavo japonés del barrio llamado Kenny. Nos teníamos el uno al otro y a nadie más. Kenny era excelente estudiante y, cuatro años después, entró a McGill. Yo nunca estudié; a nadie le importó demasiado. Terminé la prepa y me quedé ahí. No volví a ver a Kenny, salvo una cena corta cuarenta años después.
Nadie sabía qué hacer conmigo. Mis papás estaban ocupados en su vida, así que mi mamá me sugirió que probara vivir en Israel. ¿Por qué no? Nunca lo había pensado ni lo había querido, pero ellos iban a pagar. Así que me fui.

El autor y su madre en Jerusalén
*
Aguanté unos dos años allá: uno en la universidad, otro en el desierto cultivando duraznos y unos meses vagando por el país, tocando canciones de Gordon Lightfoot en mi guitarra de doce cuerdas en pequeñas casas de té. Pero tampoco pertenecía ahí.
De regreso en Canadá, caminando por Stanley Street en Montreal, vi un anuncio de un curso de programación. Pensé: mejor que nada. Lo tomé y conseguí trabajo en una pequeña empresa local; me contrataron porque olvidé preguntar cuánto pagaban. Les cayó bien ese despiste. Trabajé duro y me fue bien. Pero cuando la empresa se fusionó con otra llena de gente con posgrados en computación, las señales eran claras. Tampoco pertenecía ahí. Tenía 28 años.
¿Y qué hice? Entré a McGill, estudié economía, terminé una maestría y conseguí un puesto en política social en el gobierno federal canadiense. Por fin tuve estabilidad y avancé a niveles muy altos durante una carrera de treinta años. Pero eso tampoco es pertenecer. De hecho, a menudo me acusaban de "no usar el uniforme". Y tenían razón, aunque —irónicamente— muchos de mis mejores logros vinieron justamente de no usarlo.
Para compensar la falta de pertenencia, me volví un padre extremadamente dedicado. Y eso funcionó con mis dos hijas maravillosas. Mi hijo, en cambio, decidió a los doce años que no quería tener nada que ver conmigo. Las niñas crecieron y, aunque seguimos teniendo relaciones fabulosas, tienen sus propias vidas.
En cuanto a las dos mujeres con las que me casé... bueno, era mejor que estar solo. Y probablemente, a estas alturas, te estés preguntando: "¿Qué le pasa a este tipo?" No sabría decirlo con claridad, pero años tomando antidepresivos al menos se encargaron de los síntomas. Estaba solo, deprimido, pero trabajaba durísimo y me comprometía a fondo con todo lo que decidía asumir. No era el tipo de hombre al que quisieras ponerle una trampa.
Desde 1995 tomaba las típicas vacaciones de invierno en México. Me encantaba el país. En 2007 incluso me tomé un año sabático para vivir en San Miguel, así que cuando me jubilé, lo natural fue venirme al sur. Y fue entonces cuando ocurrió la revelación en la carretera rumbo a San Miguel.
Continuará
**************
Allen Zeesman ha sido un visitante habitual de México desde 1995. Trabajó durante 30 años para el Gobierno Federal de Canadá antes de jubilarse en San Miguel en 2011. Tocó el piano y el bajo en una banda de imitadores de Elvis, lo que algunos dicen fue la razón por la que dejó la ciudad. Ahora vive en Querétaro.
**************
*****
Por favor contribuya a Lokkal,
Colectivo en línea de SMA:
***
Descubre Lokkal:
Navegue por el muro comunitario de SMA a continuación.
Misión

Visit SMA's Social Network
Contact / Contactar
