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Las cartas de Che Guevara desde México

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21 de septiembre 2025

por Philip Gambone

Los estadounidenses de cierta edad recordarán, como yo, las imágenes del guerrillero revolucionario Che Guevara—apuesto, desafiante, heroico, casi santificado—pegadas en las paredes de los dormitorios de nuestros compañeros universitarios más inclinados a la izquierda. El retrato de Che, en fotos y carteles, se convirtió para muchos jóvenes estadounidenses en los años sesenta en "el último ícono" de la rebelión y el fervor revolucionario, dice su biógrafo, Jon Lee Anderson. Como "el guerrillero más carismático del mundo", Che se convirtió en "una figura de veneración para guerrilleros de toda clase".

Hoy se sigue reconociendo a Che como un revolucionario consumado que, pese a sus errores y fracasos, encarnó un código personal de "desafío apasionado a un statu quo atrincherado", escribe Anderson. Aunque no fui admirador de Che durante la universidad, en los últimos años mi interés se ha despertado por dos motivos. Fue otro más de los "Escritores en México", cuyas cartas durante su estancia en este país resultan fascinantes. Además, en esta época de creciente autoritarismo en Estados Unidos, la resistencia desafiante de Che ante la injusticia y la corrupción es un recordatorio tónico de que la tiranía no tiene por qué afrontarse con resignación pasiva.

Ernesto Guevara nació en 1928. Sus padres—de ascendencia española, vasca e irlandesa—eran argentinos de clase media, inclinados a la izquierda y partidarios de la causa republicana durante la Guerra Civil española. Su madre, que conducía su propio coche, firmaba sus propios cheques y cruzaba las piernas en público, enseñó a leer al pequeño "Ernestito" a los cuatro años. A los 14, Che se adentraba en Freud, Jung y una edición abreviada de Das Kapital. Otro de sus biógrafos, Douglas Kellner, señala que desde temprana edad sintió una "afinidad por los pobres".


Che adolescente y su familia
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En 1948, Che ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Durante esos años realizó varios viajes en motocicleta: primero por el norte de la Argentina y luego, en la primera mitad de 1952, por Sudamérica. "Fue a donde la gente era más pobre y más necesitada", dice el escritor Alfredo Reyes Trejo, "como si quisiera absorber de un golpe toda la miseria de su América". Durante ese segundo viaje, Che llevó un diario, publicado después como Diarios de motocicleta. En el prólogo de ese libro, su hija, Aleida, señala que su afán de aventura lo condujo al descubrimiento de "la realidad de nuestro continente … Tomó cada vez más conciencia del dolor de muchos otros y dejó que ese dolor pasara a formar parte de él".

El 7 de julio de 1953, tras recibir el título de médico, Che emprendió otra odisea por América Latina, visitando Bolivia, Perú, Ecuador y Centroamérica. En Bolivia presenció las secuelas de la Revolución de 1952, que otorgó el sufragio universal y buscó derrocar a la oligarquía gobernante. "Estos viajes lo llenaron de vivencias que se irían convirtiendo en una toma de conciencia de las contradicciones, desigualdades e injusticias del escenario latinoamericano", escribe Adalberto Santana, investigador de la UNAM.


Che (centro de la fila trasera) en la escuela de medicina
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En Guatemala, adonde había ido a estudiar la atención médica, Che conoció a otros izquierdistas latinoamericanos. Bajo el presidente democráticamente elegido Jacobo Árbenz, Guatemala llevaba a cabo un programa de reformas que, entre otros objetivos, intentaba arrebatar poder a la United Fruit Company. Su paso por Guatemala le enseñó, escribió a un amigo en Perú, "toda la falacia de que es capaz el Yanqui y su maravillosa máquina de propaganda".

En otra carta desde Guatemala, esta a su madre, Che predijo que alcanzaría su "etapa auténticamente creadora" cuando tuviera unos 35 años y que su preocupación principal sería la ciencia—la física nuclear o la genética. Estaba seguro de que "América será el teatro de mis aventuras con un carácter mucho más importante que lo que hubiera creído".

Mientras estaba en Guatemala, un golpe militar respaldado por la CIA derrocó a Árbenz. "Bombardearon diversas instalaciones militares", escribió Che a su madre, añadiendo que "un avión ametralló los barrios bajos de la ciudad matando una chica de dos años. Los yanquis han dejado definitivamente la careta de buenos … y están haciendo tropelías y media por estos lados". Aquel derrocamiento violento siguió radicalizando a Che.


Jacobo Árbenz
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En septiembre de 1954, Che huyó a México, que se había convertido en santuario de incontables exiliados de izquierda de todo el mundo, incluidos judíos y republicanos españoles que huían del Estado fascista de Franco. Consiguió trabajo en el servicio de alergias del Hospital General de la Ciudad de México. Añadía, dijo, "un nuevo país a mi colección con lo que queda completa la serie de países latinoamericanos, faltándome solamente las islas para completarla totalmente".

En las cartas de Che desde México "se puede presenciar cómo un joven cambia con el tiempo", escribe su hija Aleida en el prólogo de Te abraza con todo fervor revolucionario: cartas 1947–1967 (Seven Stories Press, 2021). Ese cambio ya era evidente en su primera carta desde México, cuando, a finales de septiembre de 1954, escribió a su compañera de medicina, Berta ("Tita") Infante: "El clima que se respire es completamente diferente al de Guatemala. Aquí también se puede decir lo que quiere, pero a condición de poder pagarlo en algún lado; es decir, se respira la democracia del dólar".


Te abraza con todo fervor revolucionario
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Pasaba las mañanas trabajando en el hospital—sin sueldo, "un poco en algo como para no olvidarme del todo que soy médico"—y las tardes en los parques de la ciudad tomando fotografías, lo que le reportaba algo de dinero para mitigar el hambre. Por las noches estudiaba. A su madre le escribió que tenía un buen departamento, cocinaba su propia comida y se bañaba a diario "gracias al agua caliente a discreción que hay". Aún no ganaba lo suficiente para pagar a una lavandera.

Che tenía sentimientos encontrados sobre México. Aunque pensaba que el país estaba "totalmente entregado a los yanquis", le gustaba y lo llamaba "esta bella porción del planeta". Si bien México podía ser "inhóspito y duro", también era un país que lo trataba bien. Le gustaba cuán libertarios eran los mexicanos. "Permiten el divorcio", informó.

Antes, durante su estancia en Perú, Che había conocido a una joven revolucionaria, Hilda Gadea. Ahora vivía exiliada en México y volvieron a verse. A través de ella, Che empezó a conocer a otros radicales latinoamericanos. Hacia finales del "desdichado año económico 54", también trabajaba como redactor y editor en la Agencia Latina de Noticias. El trabajo le pagaba 700 pesos mexicanos al mes, lo que le proporcionaba un nivel básico de subsistencia.


Che e Hilda - Chichén Itzá (1955)
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Che planeaba permanecer en México unos seis meses. Con el tiempo, esperaba ir a Europa, "sea como sea". También quería tener la oportunidad de visitar los Estados Unidos—"las extrañas al monstruo", como lo llamó—y dijo saber que saldría "exactamente tan antiyanqui como entré (si es que entro)". Tampoco había abandonado la idea de colarse "detrás de cortisona para ver qué pasa también". Sentía que tarde o temprano se afiliaría al partido comunista, cuya camaradería admiraba. La manera en que los gringos trataban a América Latina lo indignaba cada vez más.

En la primavera de 1955, Che consiguió un encargo para cubrir los Juegos Panamericanos para Agencia Latina, como reportero y fotógrafo. El trabajo, que incluía acompañar a periodistas de Sudamérica, fue extenuante. Además, su etapa como investigador científico lo hacía sentirse "un fracaso de primera". El dinero para financiar sus proyectos se lo llevó "por el mismo viento que fundió la Agencia y me veo limitado a presentar un modesto trabajo en el que repito en México".

Para sorpresa de Che, su trabajo llamó algo la atención y le valió una beca en el Hospital General de la Ciudad de México. Su prestigio como médico iba en ascenso. "El paso siguiente puede ser EE.UU. (muy difícil), Venezuela (factible) o Cuba (probable)", escribió a su madre.


Che y Fidel Castro
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En julio, Che conoció a Raúl Castro, un líder estudiantil cubano que había sido liberado de prisión en La Habana. Días después conoció al hermano de Raúl, Fidel. Fidel le impresionó como un hombre extraordinario, capaz de afrontar y resolver lo imposible. Ambos compartían un espíritu optimista. Sus cartas a casa, especialmente a su madre, son cautas respecto de su creciente vinculación con militantes. En cambio, le contó que había ascendido el Popocatépetl, el volcán más alto de México. "Hicimos derroche de heroísmo sin poder llegar a la cima, yo estaba dispuesto a dejar los huesos para llegar, pero un cubano que es mi compañero de ascensiones me asustó porque tenía los dos pies helados y tuvimos que bajar los cinco".

A su padre, siempre el más radical de los dos, Che le habló con más franqueza: "La maroma se viene en todo el mundo … Hasta el punto de que a la llegada de Nixon le metieron presos a todos los nacionalistas portorriqueños y otras yerbas, y los tienen secuestrados sin que se sepa dónde. La prensa no dice nada y está prohibido hablar a los diarios so pena de clausura. Es mucho más peligroso que la policía mexicana el FBI, que aquí anda como Pedro por su casa, hace detenciones tranquilamente".

La situación económica en México también era terrible, le dijo a su padre. Los precios subían y "La descomposición es tal que todos los líderes obreros están comprados y hacen contratos leoninos con las diversas compañías yanquis hipotecando las huelgas por uno o dos años … La única forma que podrías hacer algo de dinero sería haciendo directamente de alcahuete de los gringos, cosa que no te aconsejo por múltiples razones". Para entonces, Che estudiaba con asiduidad a Marx y Engels. "Tengo una cantidad de chiquilines de sexto año encandilados con mis aventuras e interesados en aprender algo más sobre las doctrinas de San Carlos", le dijo a su madre. "A eso dedico mis horas de ocio, que son pocas ahora".


Juan Perón
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En septiembre, Juan Perón, cuyas reformas Che admiraba, fue depuesto como presidente de la Argentina. Una semana después, Che escribió a su madre: "Aquí, la gente progresista ha definido el proceso argentino como 'otro triunfo del dólar, la espada y la cruz'".

Desde ese momento, las cartas de Che desde México se volvieron cada vez más ásperas y su determinación de participar en la lucha revolucionaria, más enfocada. Pero también hubo una alegría: se había casado con Hilda y esperaban un hijo. Planeaban además un pequeño viaje al sur de México. "Hay alí zonas arqueológicas magníficas como la de Chichén–Itzá que pensamos.

El 15 de febrero de 1956 nació la hija de Che e Hilda. "Mi alma comunista se expande pletórica: ha salido igualita a Mao Tse Tung", escribió burlón a su madre, cada vez más angustiada por las ideas de su hijo. Che vio que su vida bohemia tendría que llegar a su fin. "Tengo que cumplir el deber de abandonar la capa de caballero andante y tomar algún artefacto de combate", le dijo a Tita Infante.


Castro y Che en la Prisión Miguel Schultz
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Cuatro meses después, su "notoriedad interamericana" autodefinida hizo que la policía mexicana lo detuviera y encarcelara. Se sospechaba que formaba parte de un grupo de revolucionarios cubanos exiliados. Desde la prisión de Miguel Schultz, donde también estaba preso Fidel Castro, escribió a su madre: "En estos días de cárcel y en los anteriores de entrenamiento, me identifiqué totalmente con los compañeros de causa". Hubo un tiempo en su vida, le dijo, en el que pensaba que la identificación total con un grupo de combatientes—el "yo" subsumido por el "nosotros"—era ridícula. Ahora, sin embargo, era "realmente lindo poder sentir esa remoción de nosotros. La Revolución se necesita pasión y audacia en grandes dosis, cosas que tenemos como conjunto humano".

En la cárcel, Che escribió un poema—"Canto a Fidel"—en el que reafirmó su compromiso de ayudar al joven líder (Castro tenía 29 años) a liberar su patria. La primera estrofa dice:

 
Vámonos,
ardiente profeta de la aurora,
por recónditos senderos inalámbricos,
a liberar el verde caimán que tanto amas.
 

Al salir de prisión, Che pasó a la clandestinidad. Empezó a ver que su oficio era "el de saltarín, hoy aquí, mañana allí". Si antes pensó que su foco era la medicina, la nueva etapa de su vida le exigía cambiar prioridades. "Ahora San Carlos es primordial", escribió a su madre. "Es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa más externa".

Con su matrimonio con Hilda resquebrajándose, Che ya no veía futuro en México. "Solo espero ver qué pasa con la Revolución", escribió a Tita Infante en noviembre de 1956. "Si sale bien, voy para Cuba". Su última carta a su madre desde México fue dura. Había leído las últimas noticias de Argentina, donde el nuevo gobierno reprimía a otros partidos, incluidos los comunistas. "Todos sus actos tienen una tendencia tan clara — favorecer a una casta y a una clase — que no puede haber equivocación o confusión. Esa clase es la de los terratenientes criollos aliados con los inversores extranjeros, como siempre".

Lo que no le dijo fue que se había unido a un destacamento guerrillero organizado por Fidel para derrocar la dictadura de Batista en Cuba. A finales de noviembre, zarpó con ellos como médico de la expedición en el yate Granma. Che llevaba una mochila con medicinas y una caja llena de balas. Los 82 hombres que desembarcaron el 2 de diciembre de 1956 fueron ametrallados por el ejército cubano. Los pocos sobrevivientes, entre ellos Che, se escondieron en la Sierra Maestra. Gradualmente ganaron a los campesinos para su causa. Castro, que lo consideró cojonudo, nombró a Che comandante de los guerrilleros. La travesía del Granma fue "una de las más grandes hazañas revolucionarias del siglo XX", escribe Santana. Marcó el inicio de la Revolución cubana, que derrocaría a Batista a finales de 1958.


Che Guevara
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Che creía que la lucha armada era la única solución para quienes peleaban por la justicia y la libertad contra la máquina política atrincherada. Esa lucha armada le costó la vida. Tras desempeñar varios cargos ministeriales en Cuba, entró clandestinamente en Bolivia para organizar una fuerza guerrillera que liberara ese país. Fue capturado el 8 de octubre de 1967 y ejecutado al día siguiente.

"Donde quiera que la muerte nos sorprenda", había dicho Che unos meses antes, "bienvenida sea siempre que nuestro grito de guerra haya sido escuchado". Como revelan sus cartas, el tiempo de Che en México confirmó su pasión por la justicia y lo encaminó sin titubeos por la senda revolucionaria. "El mito de Che sigue siendo lo suficientemente potente como para embelesar y suscitar debate, además de provocar turbulencia política", escribe el biógrafo Anderson.

Sea lo que sea que uno piense de sus tácticas—y a menudo fueron brutales—sus cartas nos presentan a un hombre de profundas convicciones y noble carácter cuya entrega fervorosa a los desposeídos y a los sin poder fue firme hasta el final. Che escribió una vez: "Todos los días la gente se arregla el cabello, ¿por qué no el corazón?" Un lema para meditar.

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Philip Gambone, profesor jubilado de inglés en preparatoria, también enseñó redacción creativa y expositiva en Harvard durante veintiocho años. Durante más de una década, sus reseñas de libros aparecieron regularmente en The New York Times. Phil es autor de siete libros. Su memoria, As Far As I Can Tell: Finding My Father in World War II, fue nombrada uno de los Mejores Libros de 2020 por el Boston Globe. Su nueva colección de cuentos, Zigzag, fue publicada el año pasado por Rattling Good Yarns Press. Sus libros están disponibles en Amazon y en la librería de la Biblioteca.

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