por Dr. David Fialkoff, editor / publicador

Mi hija vive a una cuadra de Fair Grounds
aquí en Nueva Orleans,
un enorme espacio abierto, con una tribuna
donde hay carreras de caballos
y el evento musical más grande de todos
en esta ciudad tan musical
Jazz Fest
durante ocho días a lo largo de dos fines de semana largos,
donde el año pasado los Rolling Stones encabezaron el cartel.

Cuando los caballos están corriendo
traen gatos
para mantener a raya a ratas y ratones.
Cuando termina la temporada de carreras
algunos de esos gatos se quedan atrás
o eligen quedarse.
Skreetch es uno de esos,
un gato de Fair Grounds.

Vivía bajo las casas
y en gran medida aún lo hace
(están construidas sobre pilotes,
pilares bajos que crean un espacio de arrastre debajo).
La anciana negra dos puertas más abajo
lo alimentaba.
Poco a poco,
con paciencia, amor y comida,
mi hija se ganó su confianza.

Le tomó mucho tiempo poder acariciarlo.
Incluso entonces tenía que perseguirlo por el patio delantero
hasta ponerle una mano encima.
Sólo ese primer toque lo detenía cada vez
cuando se daba cuenta,
cada vez de nuevo,
"esto me gusta".

Sigue siendo en gran medida salvaje,
pero viene a comer cada mañana y cada tarde
y, si mueves su plato adentro
dentro del porche delantero,
cierras la puerta
y lo acaricias un rato mientras come,
saltará al sofá cuando termine,
te dejará acariciarlo un poco más
y tal vez incluso echarse una siesta corta allí.

Ese es mi trabajo
mientras mi hija está de visita en Nueva Inglaterra:
darle a Skreetch amor y comida
dos veces al día.
Ahora es de mañana,
acaba de bajarse del sofá
para inspeccionar la comida de Olive

(Olive,
antes residente de tiempo completo,
viene algunas noches,
entra por la puertecita para gatos trasera
y sube a donde normalmente está su comida,
le encanta la levadura nutricional,
a la recámara de mi hija
pero ahora está en las escaleras)

y cuando pasó de regreso
me levanté
para darle un poco más de cariño en el sofá.

Hay mucha gente
que jura que ama a su gato
pero se pone muy aprensiva
cuando les digo
e incluso les demuestro
cuánto le encanta a un gato
a su gato en particular
que le froten el interior de las orejas,
particularmente bien adentro
donde el cartílago ceroso se pliega sobre sí mismo,
particularmente fuerte y rápido,
cómo se inclinan hacia la presión
primero de un nudillo
y luego,
con una penetración más profunda,
de la yema de un dedo.

Si eres bueno en ello,
como yo,
y si tienes su confianza,
es una posición vulnerable para el gato,
puedes hacerlo en ambas orejas a la vez
con el pulgar y el dedo anular,
entonces no saben hacia qué lado inclinarse.
Podrías pensar que no les gusta tan vigoroso,
pero fíjate cómo
se rascan a sí mismos,
tan fuerte y tan rápido.
A veces cruzando la línea,
pero sólo por un instante,
y nunca demasiado tiempo en el mismo punto
es una rudeza deliciosa.

Para quien da
es una sensación extraña, grasosa, gomosa;
los dedos hay que lavarlos después,
pero todo eso es un pequeño precio a pagar
por dar tanto placer
a alguien a quien amas.

Junto con su música
Nueva Orleans es conocida por su comida.
En conjunto
prefiero la cocina casera.
En algo soy chef; he descubierto
que, como encadenar palabras
para crear un poema,
hay todo un mundo de cocinas distintas,
una infinidad de maneras de preparar un mismo platillo.
Aun así, como regla general,
lo inesperado mantiene la frescura,
y luego,
como al frotar las orejas de un gato,
a veces uno necesita
experimentar lo que es,
aunque sea momentáneamente,
demasiado
para dar justo en el clavo.

Ojalá estuvieras aquí.

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