por Alejandro Anaya, texto y arte

A medida que me acerco a mi cumpleaños en abril, mi capacidad para ver mi vida desde el exterior ha aumentado exponencialmente. Es como si me hubiera hecho un "zoom out" de mi perspectiva cotidiana y hubiera comenzado a ver el panorama general de lo que sucedió en mis 18,246 días de vida hasta la fecha.

La semana pasada, mi esposa y yo visitamos Puerto Vallarta para una pre celebración de nuestro aniversario, y de mis próximos cincuenta años. Durante una cena allí, me pasó algo extraño. Empecé a percibir mi entorno como si lo estuviera leyendo en una novela. Era como si todo estuviera siendo narrado:

"El cálido viento de la playa nos encontró en la ventana de un pequeño restaurante italiano, esperando la pizza que habíamos pedido. Habíamos decidido no hacer una celebración festiva. No había gente cantando sus felicitaciones, solo la música de los años 80 de fondo y nuestros ojos que reflejaban lo agradecidos que estábamos por este viaje".

Entonces recordé la historia que me contó mi padre, 15 días antes de morir, sobre mi venida al mundo. El médico de la Clínica Torreón estaba seguro de que lo que mi madre tenía en la barriga era un tumor que había que extirpar. Cuando mi padre buscó una segunda opinión, el diagnóstico de embarazo que les dieron en el hospital de El Paso, Texas, fue aún más sorprendente, ya que, debido a un problema con los riñones, a mi madre le habían hecho una ligadura de trompas. Debido al peligro de continuar el embarazo, se indujo el parto y nací en abril, en lugar de mayo. En consecuencia, pasé un breve período en una incubadora.

La novela que se estaba escribiendo en mi mente continuaba:

"El niño que había llegado antes de su tiempo, ahora como hombre, tuvo que regresar a la incubadora, solo que esta vez fue una incubación mental y creativa. Tuvo que estar encerrado en un trabajo de oficina durante 13 años para soñar su nueva vida, una vida que se hizo más evidente a medida que se acercaba a los cincuenta, la vida que ahora tenía".

"Después de que se pagó la cuenta, el mesero del pequeño lugar italiano regresó y explicó que el restaurante quería darle al hombre un flan de chocolate de cortesía. Sorprendido, el hombre se volvió hacia su esposa, pero ella no participó en este gesto. Parece que el universo quería recordarle que tenía que celebrar no solo los cincuenta años de vida, sino también su segunda salida de la incubadora, el renacimiento del artista que fue de niño, que dibujaba y hacía sus propios cómics. que inventó sus propios personajes e historias".

De regreso a San Miguel, recordé cuánto amaba estas calles empedradas y las mañanas frescas que me invitan a tomar un café y dibujar.

La novela continuaba su narración en mi cabeza:

"Las nubes se tornaron grises e inundaron el cielo para dar sombra al recién llegado tras el incesante sol de la playa. El viento refrescó y acarició su piel para recibirlo como un hijo adoptivo, que ya se sentía en familia. ‘Aquí está tu casa, ' ladraban los perros en la calle, repicaban las campanas de la iglesia, y, cuando había caído la noche, sonaban los fuegos artificiales, explotando allí al lado de la luna, vigilada recientemente sobre el mar, pero ahora vista en su verdadero hogar, después de otra incubación".

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Alejandro Anaya es artista visual y escritor, originario de Torreón que, desde hace casi cuatro años convive y participa activamente en la comunidad Sanmiguelense. Su colaboración en Lokkal es parte de su filosofía como contador de historias, y su compromiso de compartir sus descubrimientos y reflexiones sobre esta hermosa parte de México, con todos los que busquen vivir una experiencia única en San Miguel de Allende.

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