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"El maravilloso centelleo de la creación":
Mornings in Mexico de D. H. Lawrence

Lawrence y Frieda

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19 de octubre 2025

por Philip Gambone

"México—como el Tahití de Gauguin—probablemente ha sido el lugar favorito de los sueños del paraíso perdido", escribió el premio Nobel J.M.G. Le Clézio. Sin duda México tuvo ese atractivo paradisíaco para el novelista y poeta inglés D. H. Lawrence, quien visitó el país tres veces durante la década de 1920.

El primer viaje de Lawrence fue una excursión turística con su esposa Frieda y dos amigos en la primavera de 1923. Su impresión inicial fue que el país era libre, fácil y muy agradable, "como Palermo o Nápoles". Sin embargo, a los pocos días, el escritor vagabundo, perennemente decepcionado, encontró motivos para quejarse. Le pareció que la Ciudad de México era "barriobajera, una ciudad mestiza, ruidosa y destartalada". No le gustaron las "horrorosas tallas aztecas" y odió una corrida de toros a la que asistió. El espíritu general del lugar le resultó "subcruel, un poco macabro". En junio y julio, deseoso de establecerse en un lugar más tranquilo que la capital, Lawrence se trasladó al Lago de Chapala, donde trabajó en la primera versión de su novela The Plumed Serpent.


Lago de Chapala
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Tras regresar a Estados Unidos, donde pasó cuatro semanas en California, Lawrence volvió a México en septiembre, viajando por la costa oeste con su amigo, el pintor danés Kai Gøtzsche. Aunque fue un viaje agotador—en tren, en un Ford maltrecho y a lomo de mula—Lawrence había cambiado de opinión. Informó encantado que el país tenía "un cierto misterio de belleza para mí, como si los dioses estuvieran aquí. Los días son tan puros y encantadores, como un hechizo, como si algunos dioses de rostro oscuro fueran todavía jóvenes".

A pesar de su nuevo placer en México, que podía abrir "las compuertas del alma de uno", la agitación política posrevolucionaria sacudía al país. Sintiendo "amenazas de fuerzas hostiles", Lawrence permaneció menos de dos meses. "Todo un poco más pesado", informó en una carta. "Esperan más revolución". A fines de noviembre, zarpó hacia Inglaterra, con la esperanza de que la rebelión no durara mucho. "Quiero, cuando México esté tranquilo, bajar a Oaxaca", escribió a su amiga en Taos, Mabel Luhan.


Mabel Luhan
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Luhan era una mecenas bohemia de las artes: "aristocrática, adinerada, imperiosa e irritante", dice el biógrafo de Lawrence, Jeffrey Meyers. A pesar de sus defectos, apoyó generosamente a Lawrence. Cuando él y Frieda la visitaron en la primavera de 1924, les dio un rancho de 160 acres al norte de Taos a cambio del manuscrito de una de las obras maestras de Lawrence, Sons and Lovers.

Lawrence reconstruyó la cabaña que estaba en la propiedad. La soledad del rancho y la belleza del entorno salvaje le atraían enormemente. "Hay algo salvaje, irrompible en el espíritu del lugar aquí afuera", dijo. "Los indios tocando tambores y gritando en nuestro fuego de campamento por la noche".


Lawrence y amigos en México
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Desde Taos, Lawrence emprendió su tercer viaje a México en octubre de 1924. Una vez más, se sintió decepcionado con la Ciudad de México, que le pareció "desaliñada, deprimente y desagradable". En noviembre, él y Frieda siguieron hacia Oaxaca, tomando el Ferrocarril Mexicano: "un viaje salvaje, extraño y encantador" a través del Cañón de Tomellín.

Con su amiga Dorothy Brett, los Lawrence se registraron en el Hotel Francia, que Lawrence consideró "muy agradable" con "comida buena y divertida" y todo por cuatro pesos al día. Le pareció que Oaxaca era "un pueblecito muy tranquilo". "El clima es perfecto—vestidos de algodón, y sin embargo no demasiado calor. Es muy apacible y tiene una belleza remota propia".


Hotel Francia
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Para fin de mes, se habían mudado a una villa con habitaciones amplias, una galería y un jardín cerrado. Los encantos de Oaxaca seguían obrando su magia: "Este país es tan hermoso", escribió Lawrence en otra carta, "el cielo es perfecto, azul y caluroso cada día, y flores que siguen rápidamente a flores. Están cortando caña de azúcar y llevándola en los viejos carros de bueyes, lentamente. Pero las laderas herbosas ya están secas y color cervuno, las colinas no holladas ya son como una ilusión".

En Oaxaca, los Lawrence vivían entre el pueblo zapoteco—"hombres pequeños con el pecho erguido y rodillas rápidas y levantadas", escribió en una carta. "Mujeres tranquilas, pequeñas, de cabeza redonda, corriendo descalzas, tensando sus rebozos azules sobre los hombros, tan a menudo con un bebé en el pliegue". La impresión de Lawrence sobre los indígenas "se centraba en los sonidos", escribe Ross Parmenter en su libro Lawrence in Oaxaca. Notó los "extraños siseos murmurantes del idioma zapoteco, entre los sonidos del español, las voces bajas y aparte de los mixtecos".


Mercado - Oaxaca
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Mientras terminaba su novela, Lawrence también escribió los primeros cuatro capítulos de un libro de ensayos, Mornings in Mexico. El biógrafo Jeffrey Meyers lo llama "un libro de viajes menor pero representativo". El atractivo intangible de México es lo que perseguía en estos ensayos.

En el primer ensayo, "Corasmin and the Parrots", Lawrence estableció su principio de trabajo: evitar las grandes generalizaciones sobre México y centrarse en el detalle revelador, en "un pequeño individuo mirando un pedacito de cielo y de árboles". El talento de Lawrence para el detalle es evidente a lo largo del texto. Una serpiente limpia y esbelta tiene una belleza "como un relámpago suave, aquietado". Un pueblo indio es un conjunto de "casas de pastel de barro, todas agachadas en un revoltijo, dispuestas a desmoronarse en polvo y a volverse invisibles". Las nochebuenas son "como pájaros rojos alborotándose en el viento del alba como si fueran a bañarse, con todas sus plumas en alerta". Y, porque es D. H. Lawrence, su mirada siempre se posa en cuerpos hermosos, tanto masculinos como femeninos: "cabello abundante y salvaje", "carne bien formada", "cinturas arcaicas y esbeltas", "pesadez sensual".


Árbol de cazahuate - Oaxaca
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Otro capítulo celebra "la gran corriente de hombres que fluye hacia un centro", un mercado mexicano. "Aquí han sentido que la vida se concentra sobre ellos, han sido apretados entre los cuerpos extraños, suaves y calientes, de hombres llegados de lejos, han tenido el sonido de las voces de extraños en los oídos, han preguntado y se les ha respondido de maneras no acostumbradas".

Lawrence tendía a ser sombrío, quisquilloso, incluso moralista. En el mercado, se vuelve quejumbroso cuando no puede encontrar fruta fresca. Cuando una vendedora de fruta, que está de pie cerca de unos naranjos, le dice que no tiene naranjas, él ironiza: "Es una elección entre matarla y salir apresuradamente". Y no tiene paciencia con el turista en México—el "gran mono blanco"—al que considera "en conjunto, un espectáculo deprimente".


Danza del maíz
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Dos ensayos principales en Mornings in Mexico—"Dance of the Sprouting Corn" y "The Hopi Snake Dance"—no están ambientados en México, sino en el suroeste de Estados Unidos, donde más le conmovía la población indígena. Una vez más, los poderes descriptivos de Lawrence salen a relucir. Nos ofrece el "rumor de campanillas en las ligas de las rodillas", los "repentinos alaridos salvajes", el "temblor como semilla de los sonajeros de calabaza" y el "brinco rítmico y saltarín" de los pechos de los danzantes.

Para los indígenas del suroeste, "la creación es una gran inundación, que fluye para siempre, en olas encantadoras y terribles. En todo el centelleo de la creación, y nunca la finalidad de lo creado. Nunca la distinción entre Dios y la creación de Dios, o entre Espíritu y Materia. Todo, todo es el maravilloso centelleo de la creación…. Todo es divino".


Danza de la serpiente hopi
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En sus mejores momentos, el lenguaje de Lawrence en estos ensayos alcanza el nivel de la poesía. Pero también puede dejarse llevar. Tomemos esta frase, por ejemplo: "¡Qué profundamente están los hombres en el misterio que están practicando, cuán hundidos por debajo de nuestro mundo, al mundo de las serpientes y de los caminos oscuros en la tierra, donde están las raíces del maíz, y donde los pequeños ríos de pasión vital no canalizada, no creada, corren como una luz oscura y goteante, hacia las raíces del maíz y hacia los pies y los lomos de los hombres, desde el sol más interior y oscuro de la tierra". ¡Pasión verbal desbocada!

En sus ensayos sobre las danzas de los pueblos indígenas del suroeste, recordé la festividad del Señor de la Conquista en San Miguel. Lawrence escribe: "El indio acepta a Jesús en la Cruz entre todas las demás maravillas. La presencia de Jesús en la Cruz, o la compasiva Madre María, no impide en lo más mínimo la intensidad salvaje de la danza de guerra. El valiente vuelve a casa con un cuero cabelludo. Por la mañana va a misa. ¡Dos misterios!"

Por momentos, la visión de Lawrence sobre los pueblos indígenas se acerca al budismo: "La mente está allí meramente como sirviente, para mantener al hombre puro y fiel al misterio, que siempre está presente. La mente se inclina ante el misterio creativo, incluso del atroz guerrero apache". Para Lawrence, el único mandamiento del indio era "Reconocerás la maravilla".


Mornings In Mexico (1.ª edición)
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De nuevo, Lawrence insiste en su idea principal: que uno puede contemplar los rituales indígenas como un aspecto de la cultura, como entretenimiento público—"como se contempla mientras Anna Pavlova baila con el Ballet Ruso"—o se puede adoptar el punto de vista religioso, viendo, por ejemplo, la Hopi snake dance como una comunión con el espíritu misterioso de la vida. "Esta es", escribe Lawrence, "la religión de toda América aborigen, peruana, azteca, athabaska: tal vez la religión aborigen de todo el mundo".

A la larga, Mornings in Mexico equivale a una crítica de Occidente. "En lugar de nuestro destino de Mente y Espíritu", dice, "hemos emprendido la conquista científica de las fuerzas". Somos "dioses de la máquina solamente. Es nuestro máximo. Nuestro cosmos es una gran máquina". En contraste, para los pueblos indígenas como los hopi, su conquista no es científica, sino "por medio de la voluntad mística y viviente que hay en el hombre".


D. H. Lawrence
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Wyndham Lewis criticó a Lawrence por "decir repetidamente a sus lectores blancos que son pobres ejemplares comparados con sus indios energéticos y ‘misteriosos’…. Si siguiéramos al señor Lawrence hasta la conclusión última de su enseñanza romántica, permitiríamos que nuestra ‘conciencia’ fuera dominada por la ‘conciencia’ ajena del indio". La perspectiva mandarinesca de Lewis tiene cierta validez. Aun así, admiro a Lawrence por intentar penetrar en la cultura de México y de los pueblos nativos de América. Y por encontrar en sus viajes por la América indígena un significado inspirador.

Al final de uno de los ensayos, Lawrence escribió: "Sólo aquello que es absolutamente intangible importa. El contacto, la chispa del intercambio. Aquello que nunca puede ser fijado, para siempre ido, para siempre viniendo, nunca detenido: la chispa del contacto". Creo que esto es lo que hace grande a Lawrence, quien a veces podía ser un escritor verdaderamente espantoso: su exuberante celebración del maravilloso, misterioso, numinoso "centelleo de la creación". Lo encontró en México.

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Philip Gambone, profesor jubilado de inglés en preparatoria, también enseñó redacción creativa y expositiva en Harvard durante veintiocho años. Durante más de una década, sus reseñas de libros aparecieron regularmente en The New York Times. Phil es autor de siete libros. Su memoria, As Far As I Can Tell: Finding My Father in World War II, fue nombrada uno de los Mejores Libros de 2020 por el Boston Globe. Su nueva colección de cuentos, Zigzag, fue publicada el año pasado por Rattling Good Yarns Press. Sus libros están disponibles en Amazon y en la librería de la Biblioteca.

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